miércoles, 11 de noviembre de 2009

Apátrida

El etnocentrismo es insalvable: nace y estarás obligado a anteponer tu enfermedad territorial por sobre la del otro. El etnocentrismo es el correlato patológico de la pertenencia. La nuez cascada del orgullo de ser cuando ese ser no es otra cosa que un ritual de decadencia. La diferenciación, ese bastardo que intenta abrirse paso en la familia, alimenta los salmos de las religiones políticamente correctas, los ritos y simbolismos con que distintos países disfrazan su odio. El etnocentrismo encara y desnuda la inutilidad de la sangre derramada en el pasado, al punto de urgir ahora la llegada de un integracionismo –más moral u romántico que realista– fundado en la aceptación de razas, credos e ideologías. Este hecho pone el dedo en la llaga ¿quién se equivocó? De llegar a triunfar la visión de apertura y tolerancia total, estamos ante un giro interesante, ante el nacimiento de una insurrección global, el odio individualizado, dejaremos el pretexto de la nación, la raza o las creencias y entonces sí, nos mataremos como merecemos: por nada. Los apátridas reímos a lo lejos.

1 comentario:

Adrián Naranjo dijo...

Ya conoceras mi propia versión de localismo insurrecto por acá, la calma temblorosa de tomarse una estrella en un bar lleno de tecates.
Abrazo.