jueves, 28 de enero de 2010

Fachada

Nunca he creído en las fachadas, ni en las fachas. El exterior tan sólo es el interior de otra superficie. Tampoco me he interesado por averiguar qué hay detrás de una ventana o una puerta, más allá de la perilla o el marco de aluminio, que de suyo parecen significar: de aquí no pasas. Me he acostumbrado a contemplar a detalle las venas abiertas de un muro. Soy un adicto de la primera impresión. Un conformista de la aprensión primaria. Un irreductible del ver sin ver. Entrar a esa casa, pasar esa ventana o incluso asomarme por una puerta abierta son palabras mayores. Yo quiero la menor molestia. Yo sólo quiero saber que ahí hay una finca, una ventana, una cortina. Me consuela saber que detrás de ellas sucede lo mismo que afuera: el mundo comprimido en gestos, caricias o indiferencia; el odio, el amor y la nada sucediendo entre muebles, bajo el techo; y que de esa forma participo, y que de ese modo desaparezco.