domingo, 21 de marzo de 2010

Música

Demasiado güisqui. El cuerpo no podía soportar otro tequila. Mi mente eructó tanta cerveza. Me tambaleé con el vino tinto carmenere. La calle me pareció más honda y menos nítida. La noche fue larga, como la vida de un monje. Había ruido y muchedumbre y me sentí un Diógenes sin talento y lo que es peor, sin linterna.
El tiempo caía y caía como una parvada de celos. El cielo desvelado hizo lo suyo entre estrellas, nubes y su azul matutino. En el silencio la sangre acudía para mirar el riachuelo colorado que se formaba al caer mi orina.
Ahí estaban todos y no había nadie; no veía a nadie; sólo sentía el tufo de sus sustancias; los esqueletos ambiguos revoloteando drogados en las banquetes. Los bultos y los cardúmenes empuñando sus vasos de vida desechable.
Y yo en medio, arriba, abajo y a un lado, invisible y nítido como un balazo que llega para quedarse al fondo de la memoria.
En la superficie de mi indiferencia.