martes, 7 de septiembre de 2010

El martes es un espectro gris. Se toma con fresca calma sus labores de día infértil. Se riega y rasga verticalmente. Oscurece con anticipación. Enfría los dedos de los pies y la punta de los pensamientos. Cada día ha de tener una vocación peculiar para concentrar en un segundo sensaciones del tipo fuga y coladera. Yo estoy inconforme con su faceta escurridiza. Con su corazón infame. Con su modo único de aparecer frío e indoloro. Quiero un martes que se muera de vida. Quiero un día en el día, donde pueda amanecer a mis anchas y celebrar que, después de todo, no es el tiempo lo que está pasando, ni yo, ni tú, ni nosotros. Saber que nada más pasa un martes anodino. 

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