lunes, 23 de mayo de 2011

Caminar.

Camino. Lo hago desde donde puedo. Los pies, por ejemplo, golpean el suelo, luego flotan y dicen "no somos de nadie". Camino y eso significa jugar con el tiempo. Alzo la vista y allá está el árbol. Aún no me sucede. 
Ese árbol al que voy es futuro, pero en realidad es pasado. Cuando llegue a él, tendré solo un momento para mirarlo y dejarme mirar. Cuando ese momento ocurra, el árbol o yo, diremos: "Aquí hubo un presente que vino del futuro para hacerse pasado".  
He de seguir caminando sabiendo todo esto. 
El tiempo finge estar tendido cuando en realidad se va replegando paso a paso. Los días. Los ecos. La maldición de vivir. Pero ese, es una asunto de óptica. Una cosa de los ojos que le dicen a los pasos "Ahí está el allá, eso de aquí no es un lugar, es una sospecha".
El verdadero pasado y el verdadero futuro no los ves. Acechan. Anudan en tu cuello una soga. Por más que cierres los ojos o por más que decidas voltear a ver, lo único que te queda es caminar. Quizá la soga te asfixie, quizá te jale de tal modo que no tengas otra que detenerte y luego retroceder. Pero en tal caso será un sueño. 
Ya no eres el mismo. Ya caminaste. El árbol se hizo viejo. El camino se bifurcó. Y la soga que te ata, esa a la que una vez amaste al punto de ser tú quien la estiraba, terminará por romperse.
Pero anda, camina, ve. 
El abismo es generoso.

1 comentario:

Anónimo dijo...

La soga nunca se rompe. Se estira o se encoge. Al igual que el tiempo. Al igual que el marchar de la oruga. Del presente al pasado y viceversa. En el futuro abandonará su marcha fúnebre, para tomar sus alas. El vuelo la harâ olvidar. La soga y el tiempo serán parte de un ideal inútil. El vuelo, como único método para hacer invisibles nuestras cicatrices.