martes, 3 de mayo de 2011

Sobre las balas.

Había pensado escribir sobre una bala que se volvió un gas. De un ave que al no poder hacerse palabra regresó al pensamiento de la piedra. Del aire arrepentido de hacer girar al mundo desde las aspas polvorientas de una habitación de hotel. Del murmullo acucioso de la lluvia que se agrieta al caer sobre la tierra. De las tribus nómadas que recorren la piel en la hora más solitaria. De la tempestad interna que mengua a tragos de alcohol. De los cigarros y su misión suicida de morir en nuestras bocas. De las tardes sin tiempo y mejor aún de las cientos de noches estrelladas que miré desde una terraza. Hay tanto que decir sobre revólveres y fusiles. Una batería completa de misiles sometiendo a una ciudad mental, con sus recuerdos pisados y sus habitantes vacíos. Habría sido bueno no vivir ahí, o no haber pasado en aquella intersección donde el fuego cruzaba calles, ventanas, puertas una noche que llovía. Quizá debí dejar el arma en casa. Quizá debí cambiar las balas de plata por otras de salva. Por eso pedí que esa bala se volviera un gas, prefiero morir de asfixia que con un agujero en la sien. 

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