Creo que comencé en una orilla de todo. Llámalo tiempo, bebe tu café y tómalo con calma. Alza la vista y constata: mi presencia atiende un hueco -uno sediento, miserable, que llegó a rastras para martillar un clavo que sobresalía en mis talones.
Esa imagen -la mía en un hueco -es también un envés. No obstante, prefiero asumirme como una suerte de tendón a punto de mover el universo. Deja de lado el asunto de la palanca. Olvídate de Arquímedes. Un tendón al borde de la ruptura y un universo al que la idea del reposo lo ha desgastado.
Bueno, heme ahí. No pierdas de vista la orilla: será tu nuevo hogar. Yo ya me moví. Ni el río que enjuaga el amanecer supo a dónde me fui. Quizá llegué al mar. Quizá me hundí. Quizá fui una idea atorada en la garganta de un Dios criminal.
Ve tu a saber.
Pero ve.
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