sábado, 17 de septiembre de 2011

El espejo en el árbol


He ahí el muñón, sin nombre; una piedra con el corazón en espiral. Debajo de él hay tierra seca: el polvo que imita una galaxia; encima, las corrientes de aire son incapaces de moverlo, mueren ahí los cuatro puntos cardinales, la rosa fósil del horizonte.
Yace en suelo; quizá aún perciba las tenues vibraciones que viajan del centro de la tierra hasta su costado herido. Pero no siente, es el árbol caído, un puño sin dedos, un guante acorazado, la memoria desdibujada de una idea.
Estoy seguro que en algún momento, después del golpe de la sierra, el árbol deja de sentir dolor. Comienza un camino múltiple de silla, mesa, libro.
Soy un árbol: ya no siento dolor.

1 comentario:

Silvana Sánchez dijo...

La silla, el libro y la mesa cumplirán de nuevo un ciclo, cambiar de forma para volver a la tierra, mutilados, quebrados, inservibles.

¿Acaso por dejar de haber sido parte del árbol dejaron de vibrar con la energía? ¿Quien se atreve a decir que la energia es vida o muerte, cuando es porción del universo mismo?

Los sentidos son los limitados, lo que llamamos inerte es también continuación del compás cuántico.

Paradójicamente la silla, el libro y la mesa guardan la memoria en sus átomos y re-crean una nueva galaxia en la que danzan al compás de la energía del hombre que cree que los usa.

En algún lugar creo que hay un libro sobre una mesa, leído por un alguien sentado en una silla, que cuando dice ya no siento dolor, es porque está más cerca de vivirse en un próximo nivel de sí mismo.