Solo
basta abrir una puerta para que te multipliques. Al abrirse, la puerta te
arroja a tu propio laberinto. Nunca fuiste más libre como cuando encontraste en
el extravío un destino sensato. Al multiplicarte vives y mueres infinitamente.
El otro ya no es el otro, no es Otro, sino todos. Cada experiencia ha de ser
una falla particular del sistema, de la civilización y la cultura. Cada
experiencia comporta su propia sensualidad, su propia catástrofe y también, su
particular redención. Cruzaste la puerta y has visto que estar perdido es una
gracia insoslayable. Que la seguridad de un vientre es en realidad una forma
estúpida y enfermiza de morir de un solo veneno.
Ahora
te hundes delicadamente en el herpetario bullicioso de la vida. Sientes cada
picadura, distingues los colmillos, las fauces, las escamas y los sonidos que vienen
en todas direcciones: has vuelto a la tierra. Ahora, envenenado de vivir, no
querrás salvarte de ti, tampoco querrás salvar al otro, cumples el rol histórico
que la nada te impone: vives y dejas vivir.
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