domingo, 18 de septiembre de 2011

Puerta: la entrada al laberinto.


Solo basta abrir una puerta para que te multipliques. Al abrirse, la puerta te arroja a tu propio laberinto. Nunca fuiste más libre como cuando encontraste en el extravío un destino sensato. Al multiplicarte vives y mueres infinitamente. 
El otro ya no es el otro, no es Otro, sino todos. Cada experiencia ha de ser una falla particular del sistema, de la civilización y la cultura. Cada experiencia comporta su propia sensualidad, su propia catástrofe y también, su particular redención. Cruzaste la puerta y has visto que estar perdido es una gracia insoslayable. Que la seguridad de un vientre es en realidad una forma estúpida y enfermiza de morir de un solo veneno.
Ahora te hundes delicadamente en el herpetario bullicioso de la vida. Sientes cada picadura, distingues los colmillos, las fauces, las escamas y los sonidos que vienen en todas direcciones: has vuelto a la tierra. Ahora, envenenado de vivir, no querrás salvarte de ti, tampoco querrás salvar al otro, cumples el rol histórico que la nada te impone: vives y dejas vivir. 

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