El
frío, habitante inesperado, monstruo sin sombra, hormiga en ascenso.
Mis
pies hospedan la escarcha del verbo ir. Fijos e inquietos. En su voluntad
suicida avanzan. En su terquedad invitan. En su espasmo rompen. En su ilusión
espantan.
El
frío resume discretamente lo que viene con Octubre:
un reflejo expandido de la muerte.
Aviones
y hebras desafían la investidura de un silencio colmado.
El
ruido, como una alfombra que progresa, llega a los tobillos.
Sigo
en el frío.
Otro
avión de astas invisibles.
Otro
cigarro, hoguera interminable.
Un
hueco, cuyo corazón me hace pensar en las avellanas, dulcifica la oquedad.
La
infalsificable saliva de la boca seca viaja río adentro.
Un
canto, vuelo de ninfa, entona la autopsia de la melancolía.
El
instante es la ausencia de Dios.
Este
instante es del frío, de sus esquinas y mantras.
En todo
esto, soy un hombre impávido sentado en una silla que a su vez se posa sobre
otra y esta sobre otra más.
Lo
que sigue es abrigar la voz.
3 comentarios:
Un abrigo de inviernos...
De guitarras.
Bajo la sombra...
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