domingo, 2 de octubre de 2011

Silencio con aviones de fondo.


El frío, habitante inesperado, monstruo sin sombra, hormiga en ascenso.
Mis pies hospedan la escarcha del verbo ir. Fijos e inquietos. En su voluntad suicida avanzan. En su terquedad invitan. En su espasmo rompen. En su ilusión espantan.

El frío resume discretamente lo que viene con Octubre:  
              un reflejo expandido de la muerte.  

Aviones y hebras desafían la investidura de un silencio colmado.
El ruido, como una alfombra que progresa, llega a los tobillos.
Sigo en el frío.
Otro avión de astas invisibles.
Otro cigarro, hoguera interminable.
Un hueco, cuyo corazón me hace pensar en las avellanas, dulcifica la oquedad.
La infalsificable saliva de la boca seca viaja río adentro.
Un canto, vuelo de ninfa, entona la autopsia de la melancolía.

El instante es la ausencia de Dios.
Este instante es del frío, de sus esquinas y mantras.
En todo esto, soy un hombre impávido sentado en una silla que a su vez se posa sobre otra y esta sobre otra más.  

Lo que sigue es abrigar la voz.