sábado, 12 de noviembre de 2011

Espejos.

Ella se paró frente a la puerta que estaba marcada con el título "Mujer". Afiló sus tacones en el cemento liso y frío. Se sacudió el cabello. Hizo una imagen mental de su rostro: el rimel bien delineado; un poco de sombra sobre el párpado; los labios discretamente pintados con brillo labial color uva. 
Giró la perilla y entró. Fue entonces que descubrió que tal puerta, en realidad era una salida. "¿Salida a dónde?" se preguntó. Ahí fue cuando quiso ser hombre y rascarse los huevos. Quiso ser piedra y cruzarse en el camino de un extraño para hacerlo tropezar. Incluso, quiso no ser, para que de esa forma ser fuera algo más ligero. 
Pero ya era; también era tarde, a juzgar por las sombras que le impedían reconocerse frente al espejo que pretendía cruzar en su anhelo de desvanecerse. Puerta y espejo. Naturalezas disímiles para fines paralelos: "entrar o salir de una misma", pensó.
Del otro lado del espejo, un hombre, o la idea de un hombre se ponía de pie, cruzaba otra puerta -la de sus sueños- y dejaba para siempre a la mujer que esperaba; no sin antes pensar en su propio reflejo desdibujándose en el espejo. 

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